lunes, 26 de marzo de 2012

Primeras Caricias. Beatriz Gimeno. Relato número 10. (3)

INICIACION (III) 

Comenzó a quitarme inexistentes pelusillas que se supone tenía en el pelo, a arreglarme la bata que estaba arrugada... ese tipo de cosas. Y un día, y para entonces yo estaba segura de que ella pensaba de mí que era odiosa y que la odiaba, mientras hablábamos me pasó el dorso de su mano por mi mejilla mientras me miraba muy seria y muy fijamente a los ojos. No pude continuar hablando porque el contacto de su mano hizo que me quemara, me quitó el habla, me sumió en una confusión y un temor inexplicable. 
No era capaz de darle significado a aquella caricia pero el contacto, por primera vez en mi vida, con la piel de una mujer hizo que pasara toda la noche llorando con desesperación. Creo que lloraba por todo el tiempo perdido, por la juventud desperdiciada, por todo lo que tiene la vida de irrecuperable.

A la mañana siguiente acepté marcharme en su coche del hospital y que me invitara a cenar. Y recuerdo aquella cena con una ternura infinita porque me sentía como una colegiala, ilusionada y temerosa al mismo tiempo, asustada por lo que iba a pasar y excitada, porque me recuerdo tímida y avergonzada como si tuviera quince años, eligiendo con cuidado las palabras que pronunciaba, procurando ofrecer de mí lo más agradable, lo mejor, pero temiendo toda la noche que no fuese suficiente.

Y el sexo vino después de la cena como era previsible. Con 25 años, Paloma era preciosa, con mis 41 años yo me sentía avergonzada de todas esas pequeñas imperfecciones que aparecen ya a mi edad: la grasa que se acumula donde no debe, los muslos llenos de bultitos, el vientre que fue plano y que ya no lo es tanto... mi desnudo me avergonzaba tanto como el suyo me atemorizaba; pero todo fue bien. Ella me guió allí donde yo nunca había estado y de aquella noche recuerdo que hacía mucho calor y que dejamos las ventanas abiertas. Entraba la luz de la luna y nuestros cuerpos se deslizaban debido al sudor, se pegaban y luego se despegaban con dificultad; recuerdo sobre todo el sudor. 

Recuerdo cómo miraba su mano morena sobre mi piel tan blanca y como pensaba con temor en lo que me esperaba después de aquello, todo para lo que yo no estaba preparada: los chismes del hospital, los comentarios en cuanto me diera la vuelta, la agresividad de algunos compañeros... todo lo que Paloma venía soportando sin que se le alterara un músculo. Y en tanto pensaba en esto, pensaba también en que no quería volver a vivir sin aquellas caricias y que prefería morirme a regresar a la aridez de mi vida anterior. Yo me pasé la noche al borde del éxtasis y al borde del llanto al mismo tiempo. No fue nuestra mejor noche, claro que yo desconocía que después de aquella vendrían otras muchas en las que nuestros cuerpos se acoplarían, en las que yo aprendería a conocer su cuerpo con mis manos, a vencer la timidez y el miedo que me producía al principio sentirme responsable del placer de otra persona que ya había conocido tanto placer.

Las cosas no fueron tan difíciles como las imaginé aquella primera noche. Paloma no me dejó, yo le gustaba, y continuamos, afianzamos e hicimos crecer aquella relación. Ante el asombro de todos me hice militante de la causa y eso es lo que más le agradezco, que a los cuarenta años me diera una causa justa en la que empeñar mis días. Hoy, diez años después, Paloma es la única mujer con la que me he acostado y no he querido acostarme con más; ella colma todas mis necesidades. Ella y la asociación a la que pertenezco, la lucha por los derechos de gays y lesbianas, el saber que la represión se da fuera, pero que también nos reprimen en nosotros mismos y que las vidas pueden perderse y se siguen perdiendo inútilmente.

fIN